Friday, December 05, 2008

Con aroma a dulce vino

Hace tiempo que no venía a verte. Este espacio es tan grande que aun me pierdo un poco cada vez que cruzo la oxidada reja. Camino y mientras las imágenes llegan a mí como un collage de distintas situaciones, me siento a tu lado y espero. Me acomodo en el pasto y observo el paisaje. Sigo esperando.

Lloro un poco y recuerdo. A pesar de haber resultado coincidencia ese encuentro en la plaza, te confieso que fue el día más interesante y prometedor de mi vida. No lo podía creer, al menos el hecho de que alguien como tú leyera ese tipo de cosas y te acercaras a mí con la clara intención de entablar amistad. Al poco rato de charla surgieron esas cosas que tenemos en común, los defectos y manías de cada uno salieron a flote, junto a todos esos geniales detalles que pudimos captar; las manos gentiles, sonrisas al mismo tiempo y la capacidad de crear momentos de silencio sin tornarse incómodos. Todo eso resultó. Yo sólo quería besarte, pero al final la despedida terminó en un simple y desinteresado apretón de manos con una mirada casi fija y tierna, estática. Ambos sabíamos que no tendría que haber sido de esa forma.

En estos cinco años juntos, mis manos frías se volvieron tibias y tu compañía se volvió indispensable. El contacto de la piel no se tornó en algo esencial, mas la sensación de leer un libro en la cama, de amarse en silencio y en secreto lo era todo. Sí, fue un amor menos que perfecto, pero funcionaba. Me acostumbré a tu mala ortografía y uno que otro de tus enojos sin razón de ser, me encantaban esas idas al teatro y aquellos silencios tan anhelados por mí cuando te miraba a los ojos. Fue ese tipo de conexión lo que me hace reflexionar aquí sentado, y rescatar de entre las conversaciones intensas y el exceso de información, tus dotes de cocinero y las interminables ollas de arroz cubierto con semillas de amapolas -siempre te comenté que eran algo volátiles esas pequeñas cosas, para ti significaban detalles- , o las tardes de helado y sonrisas conjugadas con un dulce vino, Late Harvest como te gustaba decir. El aroma floral incomparable de ese pequeño almíbar marcado por tonalidades dulzonas de membrillos y damascos, te volvía loco. Me enseñaste que era para beberlo en copitas, sorbo a sorbo y con alguien muy querido. También osaste compararme con aquella bebida, por lo dulce y complejo, con un dejo a miel. En cambio, yo te imaginaba como envasado en esas bonitas y cuidadas botellas transparentes, que permitían apreciar la calidez que te caracterizaba como el mejor relleno. Resultó ideal para un último invierno, porque predominó durante nuestras cenas de noches lluviosas, hablando de todo y nada o bien, embelesados con alguna película acompañados de una buena copa.

Fue trágica tu pérdida. Ese choque se llevó cinco segundos de mi aire y el nudo que me dejó en la garganta no desaparece, sentí que se quebró tu botella y todo lo que implicabas se iba derramando en el interior de ésta. Permanecí callado un buen rato en la sala de espera, no se oía más que el sonido de las páginas cambiadas por las temblorosas manos de tu mamá, con su mirada perdida en la ventana principal sin siquiera darse vuelta para conversar conmigo. Me levanté de forma brusca y me paré frente a ella, encarándola por su parquedad, por la frialdad con que actuaba en esta situación de vida o muerte, más cercana a la muerte. Esa tarde, la luz no tocaba mi rostro lastimero sentado en aquella sala, expectante por lo que creía era mi bien constituida familia, el silencio se hizo más fuerte que cualquier palabra y con ella sentada frente mí, inmóviles esperamos y esperamos hasta el final de ese día por aquellas fatales y eventuales noticias…

Una nube de incongruencia provocó esta tormenta de reacciones y pienso en momentos tan inútiles, como cuando en el día del funeral tu madre me miró con asco y menos tuvo la decencia de saludar. Aun así me salí con la nuestra al escoger el lugar, esta preciosa mancha de césped que a ti te hubiese encantado, justo al lado de dos maitenes que nos dan sombra en verano y nos protegen de la lluvia cada invierno y las semillas de colores que adornan tu nombre y lo hacen parecer tan elegante. De vez en cuando me tienes aquí sentado, leyendo un poco de lo mismo, trazando líneas y nuevos bocetos. Sigo rayando mis cuadernos, me río fuerte y te confieso que una vez estuve a punto de tallar tu nombre y el mío en un árbol, con la fiel idea de preservar el hecho de que exististe alguna vez en este mundo.

Ganaste tal vez, porque a pesar de que te has ido te siento en el aire, con un aroma a dulce vino. Es algo parecido a una escena final, no como yo pensaba de pequeño, no imaginé que acabaría hablando solo en medio de este cementerio y relatando cosas mientras lloro, lloro un poco y sonrío como un tonto, solamente porque aun pienso que te tengo. Hoy, sentado junto a esta lápida con tu nombre grabado en ella y la sensación de tu recuerdo que se materializa sutilmente en los golpeteos de mis lágrimas, pienso ahora en todo lo que habríamos de realizar, tantas cosas quedaron en el aire e intento trazar nuevas metas. No quiero más que sentir la brisa pasar por mi rostro, no quiero una casa enorme ni toneladas de dinero. Te quiero a ti, quiero ser feliz. Entonces, sigo sentado a tu lado y espero, sigo esperándote.

1 comment:

Jorge said...

guau

que hermoso

en un moemtnopense que era un cementerio, pero ya vi que no

que chimbo cuando queremos un beso, y no se da, no nos atrevemos,que mala nota

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